Transmorucha 2018: durilla, pero muy disfrutona…

20645 kilómetros.
¡¡Casi 21000 kilómetros!, que se dice bien, son los que han recorrido en coche, autobús o avión, los participantes en la Transmorucha 2018 para poder disfrutar de esta aventura con bicicleta y alforjas. Y es que además de contar con salandareños de Peñaranda de Bracamonte, se han sumado a la fiesta del pedal amigos que han viajado desde: Vitoria-Gasteiz, Salamanca, Aldeadávila de la Ribera, Alaraz, Macotera, Malpartida, Talavera de la Reina, Caen (Francia), Villarino de los Aires, Colmenar Viejo, Venta de Baños, Oviedo, Segovia, Suances, Munich (Alemania)…
Quería este año comenzar con este detalle, a modo de reflexión, porque una vez más se confirma el proverbio árabe: “quien quiere hacer algo encuentra un medio, quien no quiere hacer nada encuentra una excusa.” Y, además, ensalzar y alabar el gran esfuerzo que hacen estos participantes pero, sobre todo, los acompañantes y familiares que nos aguantan y que arriman el hombro para que esta locura compartida sea viable. ¡GRACIAS!





Esta edición de 2018 comenzaba en la plaza de Aldeadávila de la Ribera pasadas las 3 de la tarde con 15 transmoruchos (después, en distintos puntos de la ruta, se han ido uniendo otros cuantos galgos hasta sumar un total de 32). Como hemos comentado en otras ocasiones y aunque sea una perogrullada decirlo, transitando por donde a Elías, transmorucho de pro y oriundo aldeaviluco, le da la gana… Tiene el amigo por costumbre, bien sana, sacarnos de Aldeadávila cada año por unos caminos diferentes, ¡no se le gastan! Y este año, los senderos y callejas además tenían agua y barro, algo que se repetiría por gran parte del trayecto de esta edición. ¡Vaya invierno y primavera llevamos!






Este año puedo confirmar que somos unos privilegiados cada año que la vida nos permite cargar las alforjas a la bicicleta y nos ponemos al volante de nuestras precarias burras mecánicas para disfrutar de esta aventurilla, unos cicloturistas de campo señalados por un dedo divino que nos permite, durante unos días, ahondar en nosotros mismos, disfrutar sobre una bicicleta de una pequeña parte de este planeta, ver con los ojos de un niño feliz este mundo maravilloso y sorprendente, ¡y pedalearlo! Es algo a lo que ya nos estamos acostumbrando, es esa especie de tosca capacidad inherente al ser humano para simplificar lo más complejo, ¡es fabuloso! Y no es que seamos unos portentos o nos rebose el talento, simplemente nuestro carácter y nuestra curiosa pasión nos facilitan intentar llevar a cabo esta actividad. En la Transmorucha también vamos, como dice Álvaro Neil, el Biciclown, al ritmo de las mariposas, pero el tiempo se pasa volando y se disfruta de una extraordinaria sensación de libertad que nos permite casi tocar el cielo. Incluso tienes tiempo para reflexionar sobre cosas importantes, ¡fíjate tú!, y además te olvidas de pensar en si no sé qué entrenador ha decidido tomar las de Villadiego o el Gobierno está patas arriba o patas abajo.






Este año la Transmorucha del Club Salandar de Peñaranda ha vuelto a ser fantástica (y no solo por tostón de Villares, el estupendo chuletón en el mesón Nicolás de Fuentebuena, los bocatas del chiringuito de Puente del Congosto o la magnífica comida en Alaraz). Con sus bajas, sus incorporaciones sorpresa, sus múltiples averías, sus ya particulares vicisitudes, huyendo de las tormentas vespertinas y nocturnas… Lo que viene siendo una Transmorucha en toda regla. Se confirman todas las leyes de probabilidad, estadística, Murphy… y el año que ciclamos muchas personas el ritmo se hace más lento: lo marcan las averías. De igual manera, cuando es húmeda y encontramos muchos charcos, barro y ríos que atravesar, las averías también afloran con más facilidad y frecuencia. ¡Menos mal que tenemos unos magos de la imaginación, la paciencia y la mecánica que ya los quisiera Fernando Alonso!






Es obvio que sobre cada participante gravitan fuertes presiones a la hora de organizar el material en las alforjas, por aquello del volumen y el peso (¡de los que huimos como de la peste!). Pero, excepto en las prospecciones iniciales, creo que ninguno de los transmoruchos ha llevado nunca una agenda o diario para anotar anécdotas, chascarrillos, cositas curiosas… Creo que a todos se nos quedan grabadas en la cabeza y seguiremos disfrutando de ellas cada vez que nos juntemos, veamos las fotografías, escuchemos sonidos o percibamos olores que mantenemos asociados a unos u otros momentos. Y es que hay cosas que no se pueden explicar si no se viven en primera persona.






Y sí, esta aventura no es para todo el mundo, tiene un alto grado de disfrute, pero otro tanto de sufrimiento… Aquello del disfrutar sufriendo y sufrir disfrutando… Y no a todo el mundo le gusta sufrir, dormir en el suelo, levantarse a las 6 de la mañana habiéndose acostado a la 1 y media de la noche… Es una actividad propia de transmoruchotrastornados o viajeros empedernidos, apasionados por el cicloturismo de campo, la aventura, el deporte, la naturaleza… No es que queramos exaltar o engrandecer las actitudes, características, etc. Es que es así… Verdad verdadera. Somos humanos, somos vulnerables... Y, en ocasiones, la falta de preparación (física y/o mental), las ganas y el empacho inicial, las averías, algún virus, alguna antigua lesión que viene a visitarnos, etc., se pone frente a nosotros y obstaculiza el objetivo de rematar bien la ruta. No hay que darle vueltas… Y eso que siempre aconsejamos dar una batida al sempiterno binomio teoría y práctica, y ajustarlo a cada uno; porque no es lo mismo pensarlo que hacerlo, haber entrenado por el monte que en el carril bici… Y si no eres sincero y objetivo, al final te pasa factura… O el barro te machaca los frenos, o las piedras te castigan duramente los radios, o ciclista y bicicleta quedan arañados con más o menos fiereza en alguna de esas muchas callejas por las que a menudo buceamos entre ramas y hojas, esas bonitas callejas de firme imprevisible, repletas de sorpresas, baches y piedras de todos los tamaños, con vegetación abundante donde todo pica y para las que sería necesaria una buena celada medieval…
Ahora, si logras equilibrar todo y ser perseverante, disfrutas del camino, de esa felicidad que es el camino que decían los filósofos clásicos y nos recuerda Enrique Bunbury. Y es que, como decía Maxwell, “el talento es un regalo, pero el carácter es una elección”, tienes opción de poner a la vida buena o mala cara, y la Transmorucha es para vivirla, entrar en contacto con lo más íntimo de cada cual, ser felices con nuestras pequeñas cosas, sin fanatismos dogmáticos, con calma en el alma, intentando no imponer nuestras costumbres o convicciones, estar en comunicación con los olores y colores de la tierra, pensar en nuestros seres queridos, dormir al raso bajo el infinito cielo, formar parte de un grupo humano heterogéneo y compartir charlas con los amigos... Da igual dónde se esté y qué etapa se esté ciclando, es abrir la mente, olvidar lo negativo que a diario tenemos alrededor y disfrutar de un sublime viaje de esencia. De delicatessen, ¡Transmorucha gourmet!







La vida es caprichosa. Enhorabuena a los transmoruchos y, como siempre, y sin olvidarme de un ramalazo de los filósofos estoicos, muestro sincera gratitud y aprecio a todos los que hacen posible, año tras año, esta sana aventura. Gracias, reales y francas, a esos familiares, parejas y amigos.




En breve subiremos los track de GPS de esta edición y algunas fotos más; toda la información de la Transmorucha está en la web (www.transmorucha.es).




Y ya tiene fecha la edición de 2019: 30 y 31 de mayo, 1 y 2 de junio. Luego no digáis que no estáis avisados con tiempo.

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